La Iglesia primitiva, en el siglo II, tomó tres decisiones: ante todo
establecer el canon, subrayando así la soberanía de la Palabra y explicando que
no sólo el Antiguo Testamento es "hai grafai", sino que, juntamente con él, el
Nuevo Testamento constituye una sola Escritura y de este modo es para nosotros
nuestro verdadero soberano. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia formuló la
sucesión apostólica, el ministerio episcopal, consciente de que la Palabra y el
testigo van juntos, es decir, que la Palabra está viva y presente sólo gracias
al testigo y, por decirlo así, recibe de él su interpretación, y que
recíprocamente el testigo sólo es tal si da testimonio de la Palabra. Y, por
último, la Iglesia añadió un tercer elemento: la "regula fidei", como clave de
interpretación.
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«La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su
origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o domingo. En
este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y
participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria
del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los “hizo renacer a la viva esperanza
por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (I Pe, 1,3). Por esto el
domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad
de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del
trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de
suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el
año litúrgico».
+++
Defendiendo los
deuterocanónicos
Por James
Akin
Cuando los católicos y los
protestantes hablan acerca de "la Biblia", en realidad los dos grupos tienen en
mente dos libros diferentes.
En el siglo XIX, los reformadores
protestantes quitaron una extensa sección del Antiguo Testamento que no era
compatible con su teología. Acusaron a estos escritos de no ser Escritura
inspirada y los designaron con el título peyorativo de
"Apócrifos".
Los católicos se refieren a ellos
como libros "deuterocanónicos" (ya que fueron discutidos por unos pocos autores
tempranos y su canonicidad fue establecida más tarde que el resto), mientras que
los demás son conocidos como libros "protocanónicos" (ya que su canonicidad fue
establecida primero).
Luego del ataque protestante a la
integridad de la Biblia, la Iglesia Católica infaliblemente reafirmó inspiración
divina de los libros deuterocanónicos en el Concilio de Trento en 1546. Al hacer
esto, reafirmó que habían sido creídos desde la época de
Cristo.
¿QUIEN COMPILO EL ANTIGUO
TESTAMENTO?
La Iglesia no niega que existen
escritos antiguos que son "apócrifos". Durante el comienzo de la era cristiana,
hubo registros de manuscritos que pretendían ser Sagrada Escritura pero que no
lo eran. Muchos han sobrevivido hasta hoy, como el Apocalipsis de Pedro y el
Evangelio de Tomás los cuales son considerados por todas las Iglesias cristianas
como escritos espurios que no forman parte de la
Escritura.
Durante el siglo primero, los judíos
estaban en desacuerdo en cuanto a los libros que constituían el canon de la
Escritura. De hecho, había un gran número diferentes cánones en uso, incluyendo
el canon creciente utilizado por los cristianos. Con el fin de combatir el culto
cristiano que se extendió, los rabinos se reunieron en la ciudad de Jamnia o
Javneh en el año 90 D.C. para determinar cuáles libros eran verdaderamente la
Palabra de Dios. Determinaron que muchos libros, incluyendo los Evangelios, no
calificaban como integrantes de la Escritura. Este canon también excluye los
libros (Baruc, Sirac o Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, Tobías, Judith, y Sabiduría
y partes de Esther y Daniel), que los cristianos consideraban parte del Antiguo
Testamento.
El
grupo de judíos que se reunió en Javneh se convirtió el grupo dominante de la
historia judía���posterior, y hoy muchos judíos aceptan el canon de Javneh. Sin
embargo, algunos judíos, como los de Etiopía siguen un canon diferente que es
idéntico al Antiguo Testamento Católico e incluye los siete libros
deuterocanónicos (cf. Encyclopedia Judaica, vol. 6, p.
1147).
Como es lógico, la Iglesia no tomó
cuenta las conclusiones de Javneh. Primero, un concilio judío posterior a Cristo
no tiene autoridad sobre los seguidores de Cristo. Segundo, Javneh rechaza
decisivamente aquellos documentos que son fundacionales para la Iglesia
Cristiana - los Evangelios y los demás documentos del Nuevo Testamento. Tercero,
al rechazar los deuterocanónicos, Javneh rechazó libros que habían sido usados
por Jesús y los apóstoles y que estaban en la edición de la Biblia que los
apóstoles usaban en la vida cotidiana - la Septuaginta.
LOS APOSTOLES Y LOS
DEUTEROCANONICOS
La aceptación cristiana de los libros
deuterocanónicos era lógica, ya que los deuterocanónicos estaban también
incluidos en la Septuaginta, la edición Griega del Antiguo Testamento que los
apóstoles usaban para evangelizar el mundo. Dos tercios de las citas del Antiguo
Testamento en el Nuevo son de la Septuaginta. Sin embargo los apóstoles en
ningún lugar les dijeron a sus conversos que evitaran siete libros de ella. Como
los judíos en todo el mundo que usaban la Septuaginta, los primeros cristianos
aceptaron los libros que encontraron en ella. Sabían que los apóstoles no los
guiarían erróneamente ni pondrían sus almas en peligro , poniendo en sus manos
falsas escrituras - especialmente sin advertirles contra
ellas.
Pero los apóstoles no solamente
pusieron los deuterocanónicos en las manos de sus conversos como parte de la
Septuaginta. Regularmente se referían a los deuterocanónicos en sus escritos.
Por ejemplo, Hebreos 11 nos anima a emular a los héroes del Antiguo Testamento y
en el Antiguo Testamento "las mujeres recibieron a sus muertos por la
resurrección. Algunos fueron torturados, rehusando aceptar ser liberados, para
poder levantarse nuevamente a una vida mejor" (Heb 11,
35).
Hay un par de ejemplos de mujeres
recibiendo a sus muertos mediante resurrección en el Antiguo Testamento
Protestante. Usted puede encontrar a Elías resucitando al hijo de la viuda de
Sarepta en 1 Reyes 17, y puede encontrar a su sucesor Eliseo resucitando al hijo
de la mujer sunamita en 2 Reyes 4, pero lo que nunca puede encontrar - en
ninguna parte del Antiguo Testamento Protestante, desde el principio asta el
final, desde el Génesis hasta Malaquías es alguien siendo torturado y rehusando
aceptar ser liberado, en aras de una mejor resurrección. Si quiere encontrar
eso, tiene que mirar en el Antiguo Testamento Católico - en los libros
deuterocanónicos que Martín Lutero amputó de la
Biblia
La
historia se encuentra en 2 Macabeos 7, donde leemos que durante la persecución
de los Macabeos, "También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre.
El rey los flageló con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer
carne de cerdo, prohibida por la Ley. ... Los otros hermanos y la madre se
animaban mutuamente a morir con generosidad, diciendo: "El Señor Dios vela con
seguridad y tiene compasión de nosotros..." Una vez que el primero murio fué
llevaron al suplicio al segundo... también sufrió misma tortura que el primero. Y cuando estaba por dar el
último suspiro, dijo: "Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey
del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida
eterna.»
". (2 Mac 7,
1.5-9)
Uno tras otro los hijos mueren,
proclamando que serían revindicados en la resurrección "Incomparablemente
admirable y digna del más glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir
a sus siete hijos en un solo día soportó todo valerosamente, gracias a la
esperanza que teníapuesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su
lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor
varonil sus reflexiones de mujer, les decía: «Yo no sé cómo aparecisteis en mis
entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé
yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al
hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el
espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos
a causa de sus leyes.», diciendo al último: " No temas a este verdugo, antes
bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo
a encontrarte con tus hermanos en la
misericordia.» (2 Mac 7, 20-23.29).
Este es sólo un ejemplo de las
referencias del Nuevo Testamento a los deuterocanónicos. Los primeros cristianos
estaban por lo tanto totalmente justificados al reconocer estos libros como
Escritura, ya que los apóstoles no sólo los habían puesto en sus manos como
parte de la Biblia que usaban para evangelizar el mundo, sino que también se
referían a ellos en el Nuevo Testamento mismo, citando las cosas que registraban
como ejemplos a ser emulados.
HABLAN LOS
PADRES
La
temprana aceptación de los deuterocanónicos fue continuada a través de la
historia de la Iglesia. El estudioso protestante de patrística J. N. D. Kelly
escribe: "Deberá observarse que el
Antiguo Testamento entonces admitido como autorizado en la Iglesia era algo
mayor y comprendía más que el Antiguo Testamento Protestante... Siempre incluía
aunque con varios grados de reconocimiento, los llamados libros apócrifos o
deuterocanónicos. La razón clara esto era que el Antiguo Testamento que pasó a
primera instancia a las manos de los cristianos era... la traducción Griega
conocida como Septuaginta... la mayor���de
las citas escriturales que se encuentran en el Nuevo Testamento se basan en ella
más que en el Hebreo... En los primeros dos siglos... la Iglesia parece haber
aceptado como inspirados todos, o la mayoría
de estos libros adicionales, y haberlos tratados como Escritura sin más
cuestionamiento. Citas de la Sabiduría por ejemplo, aparecen en 1 Clemente y
Bernabé. Policarpo cita a Tobías, y la Didache cita el Eclesiástico. Ireneo se
refiere a la Sabiduría en la Historia de Susana, Bel y el Dragón, es decir, las
partes deuterocanónicas de Daniel), y Baruc. El uso de los apócrifos por
Tertuliano, Hipólito, Cipriano y Clemente de Alejandría���es
demasiado frecuente como para necesitar referencias detalladas" (Early Christian
Doctrines, 53- 54).
El reconocimiento de los
deuterocanónicos como parte de la Biblia, por parte de Padres individuales,
también fue dado por los Padres como un todo, cuando se reunieron en concilios
de la Iglesia. Los resultados de los concilios son especialmente útil porque no
representan los puntos de vista de una sola persona, sino lo que era aceptado
por los líderes de la Iglesia de vastas
regiones.
El canon de la Escritura, Antiguo y
Nuevo Testamento, fue finalmente definido en el Concilio de Roma en 382, bajo la
autoridad del Papa Damasco I. Fue pronto reafirmado en numerosas ocasiones. El
mismo canon fue afirmado en el Concilio de Hipona en 393 y en el Concilio de
Cartago en 397. En 405 el Papa Inocencio I reafirmó el canon en una carta al
Obispo Exuperio de Tolosa. Otro concilio en Cartago, fue en el 419, reafirmó el
canon de sus predecesores y pidió al Papa Bonifacio que "confirmara este canon,
porque hay cosas que hemos recibido de nuestros padres para ser leídas en la
Iglesia". Todos estos cánones eran idénticos a la moderna Biblia Católica, y
todos ellos incluían los deuterocanónicos.
Exactamente este mismo canon fue
implícitamente afirmado en el séptimo concilio ecuménico, Nicea II (787), que
aprobó los resultados del Concilio de Cartago de 419, y explícitamente
reafirmado en los concilios ecuménicos de de Florencia (1442), Trento (1546),
Vaticano I (1870) y Vaticano II (1965).
EL ATAQUE DE LA REFORMA A LA
BIBLIA
Los deuterocanónicos enseñan doctrina
católica, y por esta razón fueron sacados del Antiguo Testamento por Martín
Lutero y ubicados en un apéndice sin
números de página. Lutero también sacó cuatro libros del Nuevo Testamento -
Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis - y los colocó en un apéndice también sin
números de páginas. Estos fueron más tarde puestos al final del Nuevo Testamento
por otros otros protestantes, pero los siete libros del Antiguo Testamento
fueron dejados fuera. Siguiendo a Lutero los habrían puesto en un apéndice del
Antiguo Testamento, y finalmente el apéndice mismo fue suprimido (en 1827 por la
Sociedad Bíblica Británica y Extranjera), por lo cual estos libros no se
encuentran en absoluto en la mayor de las Biblias protestantes contemporáneas,
aunque figuraban en apéndices en traducciones protestantes clásicas como la
versión de King James.
La razón por la cual fueron sacados
es que enseñan doctrinas católicas que los reformadores protestantes decidieron
rechazar. Antes citamos un ejemplo donde el libro de Hebreos nos presenta un
ejemplo del Antiguo Testamento de 2 Macabeos 7, un incidente que no se encuentra
en ninguna parte en la Biblia Protestante, pero fácil de descubrir en la Biblia
Católica. ¿Por qué quería Martín Lutero excluir este libro cuando esta tan
claramente mostrado como un ejemplo para nosotros en el Nuevo Testamento?
Simple: unos pocos capítulos después aprueba la práctica de orar por los muertos
para que puedan ser liberados de las consecuencias de sus pecados (2 Macabeos
12, 41-45); en otras palabras, la doctrina católica del purgatorio. Como Lutero
decidió rechazar la enseñanza cristiana histórica del purgatorio (que data de
antes del tiempo de Cristo, como muestra 2 Macabeos), tuvo que sacar ese libro
de la Biblia y ponerlo en un apéndice. (Observese que también Hebreos, el libro
que cita 2 Macabeos, lo mandó a un
apéndice).
Para justificar este rechazo de
libros que habían estado en la Biblia desde antes de los días de los apóstoles
(ya que la Septuaginta fue escrita antes de los apóstoles), los primeros
protestantes citaron como su raíz principal el hecho de que los judíos de su
época no reconocían estos libros,
regresaron al concilio de Javneh en 90 D.C. Pero los reformadores sólo
conocían los judíos europeo; no estaban al tanto de los judíos africanos, como
los judíos etíopes que aceptan los deuterocanónicos como parte de su Biblia.
Pasaron por alto las referencias a los deuterocanónicos en el Nuevo Testamento,
así como su uso de la Septuaginta. Ignoraron el hecho de que circulaban
múltiples canones de las Escrituras judías circulando en el primer siglo,
apelando a un concilio judío post-cristiano que no tiene autoridad sobre los
cristianos, como evidencia de que "Los judíos no aceptan estos libros". En una
palabra, recorrieron un enorme camino para racionalizar su rechazo de estos
libros de la Biblia.
REESCRIBIENDO LA HISTORIA DE LA
IGLESIA
En años posteriores comenzaron
incluso a propagar el mito de que la Iglesia Católica agregó esos siete libros a
la Biblia en el Concilio de Trento!
Los protestantes también tratan de
distorsionar la evidencia patrística que existe en favor de los
deuterocanónicos. Algunos afirman lisa y llanamente que los primeros Padres de
la Iglesia no los aceptaban, mientras que otros alegan moderadamente que algunos
Padres importantes, como Jerónimo no los
aceptaban.
Es cierto que Jerónimo, y otros pocos
escritores aislados, no aceptaban como Escritura a la mayor parte de los
deuterocanónicos. Sin embargo, Jerónimo fue persuadido, contra su inclinación
original, a incluir los deuterocanónicos en su edición de la Biblia “Vulgata”,
lo que testifica el hecho de que los libros eran habitualmente aceptados y se
esperaba que fueran incluidos en cualquier edición de las
Escrituras.
Además, esto puede ser
documentado ya que en sus años
posteriores Jerónimo aceptó ciertas deuterocanónicas partes de la Biblia. In su
respuesta a Rufino, el defiende firmemente las porciones deuterocanónicas de
Daniel, aunque no lo hiciera con los judíos en su
época.
Escribió: “Que pecado he cometido si he seguido el juicio de las
Iglesias? Pero el que me acusa de relatar las objeciones que los hebreos han
levantado contra la historia de Susana, el hijo de los tres niños, y la historia
de Bel y el Dragón que no se encuentran en el volumen hebreo, sólo demuestra ser
un tonto... Ya que yo no estaba relatando mis opiniones personales, sino los
comentarios que ellos (los judíos) suelen hacer contra nosotros" (Contra Rufino
11:33 [402 D.C.]). Así Jerónimo reconoce el principio por medio del cual se
define���el
canon - el juicio de la Iglesia, no el de los judíos
posteriores.
Otros escritores que los protestantes
citan como objetando los deuterocanónicos, como Atanasio y Orígenes, también
aceptaban todo o parte de ellos como canónicos. Por ejemplo, Atanasio aceptaba
el libro de Baruc como parte de su Antiguo Testamento (Carta Festiva 39), y
Orígenes aceptaba todos los deuterocanónicos, y simplemente recomendaba no
usarlos en las disputas con los judíos.
Sin
embargo, a pesar de los errores y vacilaciones de unos pocos escritores
individuales como Jerónimo, la Iglesia permaneció firme en su afirmación de la
lista de los deuterocanónicos como Escritura transmitida desde los Apóstoles. El
estudioso protestante de patrística J. N. D. Kelly remarca que a pesar de la
duda de Jerónimo, "para la gran mayoría sin embargo, los escritos
deuterocanónicos eran reputados Escritura en el sentido más pleno. Agustín por
ejemplo, cuya influencia en Occidente fue decisiva, no hace distinción
entre ellos y el resto del Antiguo Testamento... La misma actitud
inclusiva de los Apócrifos fue exhibida con autoridad en los sínodos de Hipona y
Cartago en 393 y 397 respectivamente, y también en la famosa carta que el Papa
Inocencio I envió a Exuperio, obispo de Tolosa, en 405" (Early Christian
Doctrines, 55-56).
Es
por lo tanto un completo mito que, como suelen acusar los protestantes, la
Iglesia Católica haya "agregado" los deuterocanónicos a la Biblia en el Concilio
de Trento. Estos libros habían estado en la Biblia desde antes de que el canon
fuera inicialmente establecido por los 380. Todo lo que el Concilio de Trento
hizo fue reafirmar, ante el nuevo ataque protestante a la Escritura, lo que
había sido la histórica Biblia de la Iglesia - cuya edición era la propia
Vulgata de Jerónimo, que incluía���los
siete deuterocanónicos!
LOS DEUTEROCANONICOS DEL NUEVO
TESTAMENTO
Es
irónico que los protestantes rechacen la inclusión de los deuterocanónicos en
concilios como Hipona (393) y Cartago (397), ya que son los mismos concilios de
la Iglesia temprana a que los protestantes apelan para el canon del Nuevo
Testamento. Antes de los concilios de fines del siglo cuarto, había���un
amplio espectro de desacuerdo acerca de exactamente que libros pertenecían al
Nuevo Testamento. Desde hace mucho tiempo existía acuerdo sobre algunos libros,
como los Evangelios, Hechos, y la mayor���de
las cartas de Pablo. Sin embargo, cierto número de libros del Nuevo Testamento,
sobre todo Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Apocalipsis, permanecieron
ardientemente discutidos hasta que se estableció canon. Son, en efecto,
"deuterocanónicos del Nuevo Testamento".
Mientras los protestantes están
dispuestos a aceptar el testimonio de Hipona y Cartago (los concilios que más
comúnmente citan acerca de la ca-
nonicidad de los deuterocanónicos del Nuevo Testamento), no están dispuestos a
aceptar el testimonio de Hipona y Cartago acerca de la canonicidad de los
deuterocanónicos del Antiguo Testamento. ¡Que
irónico!
Copyright (c)
1997 por James Akin. Todos los derechos reservados.
+++
‘Las sectas, falazmente instaladas, que
dejan espacio a visionarios anunciadores de la fin del mundo (errando siempre), maníacos, perturbados
mentales pseudos-místicos, sospechosos, oscuros y dudosos charlatanes, ‘todo un
espectáculo bufo’. Crean expectativas apocalípticas del fin del mundo,
regularmente desmentido por los hechos.
En el predicador de la
secta, no podemos llamar propiamente remordimiento, sino más bien pulsión
incontrolable, pulsión que debe acallar de inmediato para que las garras de la
angustia no le arañen siquiera. Así
gestiona generalmente el predicador de la secta sus impulsos y estímulos.
Pulsión contra la Iglesia porque hace dos mil años proclama a Cristo como
verdad… porque finalizó de escribir la ‘Escritura’. En fin, toda una pulsión sin dominio
ni humildad; impulsos incontrolados e incontrolables. Hay pastores hasta que
niegan la existencia del alma, y por tanto no tienen mala conciencia que
acallar; pero el hueco que les ha dejado el alma lo ocupa la víscera de la
vanidad, una vanidad hipertrofiada que sólo puede mantener alimentada urdiendo
orgías solidarias a nivel planetario. Frente a la agresión indecorosa y
embestida vil de tantas sectas, conviene recordar la exhortación de Pablo a
Timoteo, sobre el espíritu de fortaleza, amor y buen juicio, que los cristianos
hemos recibido, y que debe guiar nuestra actuación, más aún en periodos de
tormenta y engaños. La secta divide, nosotros debemos unirnos. Y así se cumple el dicho evangélico de. "Por sus frutos
los conoceréis". Que una
persona en una secta, esté errada doctrinalmente no prejuzga nada de su
condición moral.
Si no existió una Biblia formada y definida hasta finales del siglo
IV, es absurdo pensar que los primeros cristianos fueran solo
escrituristas.
+++
Más de
1000 años antes de que pensara nacer Lutero ya había católicos como Clemente
Alejandrino que en sus obras se encontraban unas 1500 citas del Antiguo
Testamento y 2000 del Nuevo. Casi podría reconstruirse toda la Escritura a
partir de sus obras. Y él no era la excepción, podría citarse como a lo largo de
la historia hubieron católicos tras católicos profundamente eruditos de
la Sagrada
Escritura: Clemente Romano, San Ireneo, San Agustín, San
Jerónimo, San Ambrosio, etc. Etc. Etc.. Lo más bonito de todos, acerca su
interpretación bíblica en temas doctrinales importantes, es casi siempre
uniforme, cosa que no puede decirse de los que supuestamente afirman conocer
mucho de la Biblia.
+++
Desarrollo del Canon de las Sagradas
Escrituras
Durante el transcurso de los siglos
se desarrollaron varios cánones o listas de libros sagrados. Veamos las
razones.
Por
el año 605 a.C., el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como se le conoce
Bíblicamente, una "diáspora". El rey Nabuconodosor conquistó a Jerusalén y llevó
a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando la "Cautividad de Babilónica"
(cf. 2 Reyes 24,12
y 2 Reyes 25,1).
Pero no todos los israelitas fueron llevado cautivos, un "resto"
quedó en Israel: 2 Reyes 25,12;
2 Reyes 25,22;
Jeremías 40,11;
Ezequiel 33,27. También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia
sino que fueron a Egipto: 2 Reyes 25,26;
Jeremías 42,14;
Jeremías 43,7.
El
rey Ciro de Persia conquistó a Babilonia (2 Crónicas 36,20;
2 Crónicas 36,23)
y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su
esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (Esdras 1,5;
7,28
y Nehemías 2,11)
pero otros se fueron en vez a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la
ciudad de Alejandría (fundada por
Alejandro Magno en el 322 a.C, contaba con la biblioteca mas importante del
mundo en esa época). En esta gran ciudad convivían griegos, judíos y egipcios.
Así que los judíos estaban disgregados aun después del fin del cautiverio,
unos en Palestina y otros en la diáspora, sobre todo en Alejandría. En el tiempo
de Jesús habían mas judíos en Alejandría que en la misma Palestina (1 Macabeos
1,1)
Mientras la primera semejanza de un canon hebreo se empieza a formar,
la lengua hebrea comienza a morir y desapareció completamente para el año 135
a.C. Por esta razón Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban
arameo, un dialecto del hebreo.
Como en la mayor parte del mundo civilizado, la lengua principal de
Alejandría en el
siglo III a.C. era
el griego. Había por eso gran necesidad de una traducción griega de las Sagradas
Escrituras. La historia relata que Demetrio de Faleron, el bibliotecario de
Plotomeo II (285-246 a.C.), quería unas copias de la Ley Judía para la
Biblioteca de Alejandría. La traducción se realizó a inicios del siglo tercero
a.C. y se llamó la Traducción de los Setenta (por el número de traductores que
trabajaron en la obra). Comenzando con el Torá, tradujeron todas las Sagradas
Escrituras, es decir todo lo que es hoy conocido por los cristianos como el
Antiguo Testamento. Introdujeron también una nueva organización e incluyeron
Libros Sagrados que, por ser mas recientes, no estaban en los antiguos cánones
pero eran generalmente reconocidos como sagrados por los judíos. Se trata de
siete libros, escritos en griego, que son llamados hoy
deuterocanónicos. Vemos entonces que no hay un
"silencio bíblico"
(una ausencia de Revelación) en los siglos precedentes al nacimiento de Jesús.
La mayoría de los judíos de aquel tiempo sabían que Dios continuaba
revelándose. Aquella era la última etapa de revelación antes de la venida del
Mesías.
La Traducción de los Setenta contiene
los textos originales de algunos de los deuterocanónicos (Sabiduría y 2
Macabeos) y la base canónica de otros, ya sea en parte (Ester, Daniel y Sirac) o
completamente (Tobit, Judit, Baruc y 1 Macabeos).
La
Traducción de de los Setenta es la que se usaba en tiempo de Jesucristo y los
Apóstoles
La
versión alejandrina, con los siete libros deuterocanónicos, se propagó mucho y
era la generalmente usada por los judíos en la era Apostólica. Por esta razón no
es sorprendente que esta fuera la traducción utilizada por Cristo y los
escritores del Nuevo Testamento. 300 de las 350 referencias al Antiguo
Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión
alejandrina. Por es no hay duda de que la Iglesia apostólica del primer siglo
aceptó los libros deuterocanónicos como parte de su canon (libros reconocidos
como Palabra de Dios). Por ejemplo, Orígenes, Padre de la Iglesia (+254),
afirmó que los cristianos usaban estos libros aunque algunos líderes judíos no
los aceptaban oficialmente.
Al
final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía, quizás de
rabinos, hicieron un canon hebreo en la ciudad de Jamnia, en Palestina. Cerraron el canon
con los profetas Esdras (458 a.C.), Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.).
Este canon comprendía de 22 a 24 libros. No rechazaron los libros
deuterocanónicos definitivamente, pero no los incluyeron entre los canónicos. El
canon reconocido por los judíos no se fijó hasta mas de cien años después. Aun
entonces, los libros "deuterocanónicos" siguieron siendo leídos y respetados por
los judíos. Mientras tanto los cristianos siguieron reconociendo la versión
alejandrina. Es así
que surgieron los dos cánones del Antíguo Testamento. Los dos cánones del
Antiguo Testamento:
El
canon de Alejandría
(la traducción de los Setenta al griego, hecha antes de Cristo y aceptada por
todos los cristianos y muchos judíos, que contiene los libros
deuterocanónicos)
El
canon de Palestina
(Jamnia, traducción hebrea hecha después de Cristo).
Los historiadores ponen como fecha en
que se fijaron los cánones de las traducciones de Alejandría y de Palestina para
el siglo segundo de nuestra era. El Obispo Melito de Sardis registró la primera
lista conocida del canon alejandrino en el año 170 A.D. Contenía 45/46 libros
(el libro de Lamentaciones se consideraba como parte de Jeremías). El canon
Palestino contenía solo 39 libros pues no tenía los libros 7 libros
Deuterocanónicos.
La
Vulgata de San Jerónimo
La
primera traducción de la Biblia al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó
la "Vulgata" (año 383 AD). El latín era entonces el idioma común en el mundo
Mediterráneo. San
Jerónimo en un principio tradujo del
texto hebreo del canon de Palestina. Su estilo era mas elegante y en algunas
frases distinto a la Traducción de los Setenta. Además le faltaban los libros
deuterocanónicos por no estar en el texto hebreo. Esto produjo una polémica
entre los cristianos. En defensa de su traducción, San Jerónimo escribió una
carta: "Ad Pachmmachium de optimo genere interpretandi", la cual es el primer
tratado acerca de la traductología. Por eso se le considera el padre de esta
disciplina. Ahí explica, entre otras cosas el motivo por el cual considera
inexacta a la septuagésima. Finalmente se aceptó su versión, pero con la
inclusión de los libros deuterocanónicos. Por eso la Vulgata tiene todos los 46
libros.
La Iglesia establece el
canon
La controversia sobre que libros son
canónicos fue larga, extendiéndose hasta el siglo IV y aun mas tarde. Las
polémicas con los herejes, particularmente los seguidores de Marción, que
rechazaban libros generalmente reconocidos por los Padres, hizo que la Iglesia
definiera con autoridad la lista de los libros sagrados (el canon).
Los concilios
de la Iglesia, el Concilio de Hipo,
en el año 393 A.D. y el Concilio de
Cartago, en el año 397 y 419 A.D., ambos en el norte de África, confirmaron el
canon Alejandrino (con 46 libros para el Antiguo Testamento) y también fijaron
el canon del Nuevo Testamento con 27 libros. La carta del Papa S. Inocencio I en
el 405, también oficialmente lista estos libros. Finalmente, el concilio de
Florencia (1442) definitivamente estableció la lista oficial de 46 libros del
A.T. y los 27 del N.T.
El
canon del Nuevo Testamento se
definió en el siglo IV tras un largo y difícil proceso de discernimiento. El
mismo nombre de "Nuevo Testamento" no se usó hasta el siglo II. Uno de los
criterios para aceptar o no los libros fue que tuviese como autor a un apóstol;
su uso, especialmente en la liturgia en las Iglesias Apostólicas y la
conformidad con la fe de la Iglesia. Fue bajo estos criterios que algunos
evangelios atribuidos a los Apóstoles (ej. Ev de Tomás, Ev. de Pedro) fueron
rechazados. El evangelio de San Juan y el Apocalipsis se consideraron por largo
tiempo como dudosos por el atractivo que tenían con grupos sectarios y
milenaristas.
Todos los católicos aceptaron el
canon de la Biblia fijado por los concilios mencionados y, como este canon no
fue causa de seria controversia hasta el siglo XVI, no se necesitó definir el
canon de la Biblia como una verdad infalible.
En
el 1534, Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán y agrupó los siete libros
deuterocanónicos bajo el título de "apócrifos", señalando: "estos son libros que
no se tienen por iguales a las Sagradas Escrituras y sin embargo son útiles y
buenos para leer." Es así como los protestantes llegaron a considera a los deuterocanónicos
como libros no aceptados en el canon, o sea como libros
apócrifos.
La
historia demuestra que no es verdad lo que dijo Lutero. Siempre los cristianos
habían reconocido esos libros como parte de la Biblia. Los concilios del siglo
IV y posteriores habían confirmado la creencia cristiana. La opinión de Lutero
era mas bien la de los judíos que seguían la traducción de Jamnia.
Lamentablemente Lutero propagó sus errores junto con su rebelión. Es por eso que
sus seguidores, los protestantes,
carecen de los libros deuterocanónicos de la Biblia:
Tobías
Judit
Ester
(protocanónico con partes deuterocanónicas)
Daniel
(protocanónico con partes deuterocanónicas)
I Macabeos
II Macabeos
Sabiduría
Eclesiástico (también llamado
"Sirac")
Baruc
Lutero no solo eliminó libros del Antiguo Testamento sino
que hizo cambios en el Nuevo
Testamento.
"Él
[Martín Lutero] había declarado que la persona no se justifica por la fe obrando
en el amor, sino sólo por la fe. Llegó incluso a añadir la palabra "solamente"
después de la palabra "justificado" en su traducción alemana de Romanos 3, 28, y
llamó a la Carta de Santiago "epístola falsificada" porque Santiago dice
explícitamente: "Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la
fe". -Scott y Kimberly HAHN, "Roma dulce hogar", ed. Rialp, Madrid, 2000,
página 57. (Scott
Hahn fue ministro protestante, presbiteriano antes de su conversión)
Se
tomó la libertad de separar los libros del Nuevo Testamento de
la siguiente manera:
Libros sobre la obra de Dios para la
salvación: Juan, Romanos, Gálatas, Efesios, I Pedro y I Juan
Otros libros canónicos: Mateo,
Marcos, Lucas, Hechos, el resto de las cartas de Pablo, II Pedro y II de Juan
Los libros no canónicos: Hebreos,
Santiago, Judas, Apocalipsis y libros del Antiguo Testamento.
Gracias a Dios, los protestantes tienen los mismos libros que los
católicos en
el Nuevo Testamento porque no aceptaron los cambios de Lutero para
esta parte del canon.
Los protestantes y evangélicos se
encuentran en una posición contradictoria: Reconocen el canon establecido por
los concilios del siglo IV para el Nuevo Testamento (los 27 libros que ellos
tienen) pero no reconocen esa misma autoridad para el canon del AT.
Es interesante notar que la Biblia Gutenberg, la primera Biblia
impresa, es la Biblia latina (Vulgata), por lo tanto, contenía los 46 libros del
canon alejandrino.
Posición de la Iglesia Anglicana
Según los 39 Artículos de Religión
(1563) de la Iglesia de Inglaterra, los libros deuterocanónicos pueden ser
leídos para "ejemplo de vida e instrucción de costumbres", pero no deben ser
usados para "establecer ninguna doctrina" (Artículo VI). Consecuentemente, la
Biblia, versión King James (1611) imprimió estos libros entre el N.T. y el A.T.
Pero Juan Lightfoot (1643) criticó este orden alegando que los "malditos
apócrifos" pudiesen ser así vistos como un puente entre el A.T. y el N.T. La
Confesión de Westminster (1647) decidió que estos libros, "al no ser de
inspiración divina, no son parte del canon de las Escrituras y, por lo tanto, no
son de ninguna autoridad de la Iglesia de Dios ni deben ser en ninguna forma
aprobados o utilizados mas que otros escritos humanos."
Clarificación Católica del Canon
La Iglesia Católica, fiel a la
encomienda del Señor de enseñar la verdad y refutar los errores, definió
solemnemente, en el Concilio de Trento, en el año 1563, el canon del Antiguo
Testamento con 46 libros siguiendo la traducción griega que siempre habían
utilizado los cristianos desde el tiempo apostólico. Confirmó así la fe
cristiana de siempre y dijo que los libros deuterocanónicos deben ser tratados
"con igual devoción y reverencia". El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma
la lista completa de los Libros Sagrados, incluyendo los
deuterocanónicos.
Esta enseñanza del Concilio de Trento fue ratificada por
el Concilio Vaticano I y por el Concilio
Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Sagrada
Escritura).
La Biblia es un regalo del Señor presentado como obra
terminada a través de un largo proceso culminado por el Espíritu Santo en la
Iglesia Católica por cuya autoridad se establece el canon
definitivo.
+++
Canon del Antiguo
Testamento
Tomado de Enciclopedia Católica
I. Canon del Antiguo
Testamento
La
forma como se ha aplicado la palabra canon a las Escrituras ha tenido desde
hace mucho un significado especial y sagrado. En su sentido más amplio significa
la lista autorizada o el número definido de los escritos compuestos bajo
inspiración divina y destinados al bienestar de la Iglesia, utilizando esta
última palabra en el sentido amplio de la sociedad teocrática que empezó con la
revelación que hizo Dios de si mismo al pueblo de Israel y que encuentra su
madurez y perfección en el organismo católico. El canon bíblico total, por
tanto, consiste del Antiguo y del Nuevo Testamentos. La palabra griega kanon significa primariamente una caña o
vara de medición. Por analogía esa palabra fue usada por los escritores de la
antigüedad, tanto profanos como religiosos, para denotar una regla o medida.
Encontramos la primera aplicación del sustantivo en la Escritura Sagrada, hecha
por San Atanasio, en el siglo IV. A causa de sus derivaciones, el Concilio de La
odisea, en el mismo período, habla de kanonika biblia. Atanasio usa las
palabras biblia kanonizomena. La última frase prueba que el sentido pasivo
de canon- colección definida y
reglamentada- ya estaba en uso entonces y que es esa connotación de la palabra
la que ha prevalecido en la literatura
eclesiástica.
Los
términos protocanónico y deuterocanónico, de uso frecuente entre
los teólogos y exegetas católicos, piden una palabra de advertencia. Dichas
palabras no son gratuitas ni se puede inferir de ellas que la Iglesia ha poseído
dos cánones bíblicos distintos en forma sucesiva. Sólo se puede hablar de un
primer y un segundo canon en forma parcial y restringida. “Protocanónico” (de protos, primero) es una palabra
convencional que señala aquellos escritos que han sido siempre aceptados sin
discusión. por el cristianismo. Los libros protocanónicos del Antiguo Testamento
corresponden a los de la Biblia hebrea y al Antiguo Testamento reconocido por
los protestantes. Los deuterocanónicos (deuteros, segundo) son aquellos cuya
autenticidad fue debatida por alguna razón, pero que desde hace mucho tiempo
ganaron un lugar seguro en la Biblia de la Iglesia Católica, aunque los
protestantes consideran “apócrifos” los que quedaron incluidos en el Antiguo
Testamento. Esos libros son siete: Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico,
Sabiduría, I y II de Macabeos. También algunas adiciones a los libros de Ester y
Daniel.
Se
debe hacer notar que protocanónico y
deuterocanónico son términos modernos
que no fueron usados sino hasta el siglo XVI. Dado que son palabras muy largas,
la última de ellas (usada con mayor frecuencia) se abreviará en su forma deutero en el presente trabajo. El
objeto de un artículo respecto al canon sagrado se puede ver ahora
convenientemente delimitado al proceso de
lo
que se puede afirmar sobre el proceso de recopilar los escritos sagrados en
cuerpos o grupos tales que, desde su inicio mismo, han sido objeto de un cierto
grado de veneración;
las
circunstancias y formas en que dichas recopilaciones fueron canonizadas o juzgadas como poseedoras
de una calidad singularmente divina y
autoritativa;
las
vicisitudes que ciertas composiciones sufrieron en la opinión de personas o
localidades antes de que se estableciera universalmente su carácter
escriturístico.
De
ese modo podemos concluir que la canonicidad es algo correlativo a la
inspiración, al constituir la dignidad extrínseca que pertenece a los escritos
que han sido declarados oficialmente como poseedores de origen y autoridad
divinos. Es muy probable que cada libro pasaba a formar parte de una colección
sagrada y alcanzaba una posición canónica de acuerdo a la fecha temprana o
tardía en que era escrito. De ahí parten las apreciaciones tradicionalistas o
críticas (sin querer con ello implicar que los tradicionalistas no puedan ser
críticos) respecto al paralelismo del canon, que igualmente reciben influencia
de sus respectivas hipótesis acerca del origen de los elementos que lo
componen.
A. El canon de los judíos palestinos
(Los
libros protocanónicos)
Ya
se insinuó que existen un Antiguo Testamento menor, o incompleto, y uno mayor, o
completo. Ambos nos fueron transmitidos por los judíos. El primero, por los
judíos palestinos; el segundo, por los alejandrinos o
helenistas.
La
actual Biblia judía está compuesta por tres divisiones, cuyos títulos combinados
forman el nombre completo de las escrituras del judaísmo: Hat-Torah, Nebiim, wa-Kethubim, o sea la
Ley, los Profetas y los Escritos. Esta
es una tríada muy antigua; se cree que fue establecida hace mucho en la Mishnah,
o código judío de leyes sagradas no escritas y que fue escrita finalmente
alrededor del año 200 d.C. Un agrupamiento semejante es mencionado en las
palabras del mismo Cristo en el Nuevo Testamento, en Lc. 24,44: “Todas las cosas
que fueron dichas respecto de mí deben ser cumplidas, las que se encuentran
escritas en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Si vamos al
prólogo del Eclesiástico, que fue fijado en éste cerca del año 132 a.C.,
encontramos que se mencionan “la Ley, los Profetas y otros que los han
sucedido”. La Torah, o ley, consiste de los cinco libros mosaicos: Génesis,
Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Los Profetas fueron subdivididos por
los judíos en Profetas Anteriores (i.e. los libros profético-históricos: Josué,
Jueces, Samuel, [Reyes I y II], y Reyes [Reyes III y IV], y Profetas Posteriores
(Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores, a los que los hebreos
cuentan como un solo libro). Los Escritos, mejor conocidos por un título
prestado de los Padres Griegos, Hagiographa (escritos sagrados), abarcan
todos los libros restantes de la Biblia hebrea. Nombrados en el orden en el que
aparecen en el texto hebreo actual, son: Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los
Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías, o
Esdras II, Paralipomenon.
Postura tradicional del canon de los
judíos palestinos.
Proto-canon.
Opuestos a las visiones más recientes de algunos estudiosos, los
conservadores no admiten que los Profetas y los Hagiographa representen dos
etapas sucesivas de la formación del canon palestino. Según la vieja escuela, el
principio rector de la separación entre los Profetas y los Hagiographa no era de
naturaleza cronológica, sino algo que se encuentra en la naturaleza misma de las
respectivas composiciones sagradas. Esa literatura quedó agrupada en los
Ké-thubim, o Hagiographa, ninguno de los cuales era producción directa del orden
profético, o sea, de los personajes comprendidos en los Profetas Posteriores, ni
tampoco contenía la historia de Israel interpretada por los mismos maestros
profetas: narraciones clasificadas como Profetas Anteriores. El profeta Daniel
fue relegado a los Hagiographa como si fuera solamente una obra del don de profecía, pero no como la obra
del oficio permanente de profeta. Los
mismos estudiosos conservadores del canon- hoy día con escasa representación
fuera de la Iglesia- defienden, en lo que toca a la inclusión en la literatura
israelita de los documentos que conforman esos grupos, fechas muy anteriores a
las admitidas generalmente por los críticos. Para ellos, la terminación
práctica, no la formal, del canon palestino se ubica en la era de Esdras (Ezra)
y Nehemías, a mediados del siglo V a. C., aunque por otra parte, siempre fieles
a la autoría mosaica del Pentateuco, insisten en que la canonización de los
cinco libros sucedió poco después de su composición.
Habida cuenta que los tradicionalistas infieren la autoría mosaica
del Pentatecuco a partir de otras fuentes, pueden encontrar prueba de una
colección más temprana de esos libros en Deuteronomio 31, 9-13, 24-26, donde se
trata acerca de un cierto libro de la ley, entregado por Moisés a los sacerdotes
con el mandato de guardarlo en el Arca y de leerlo al pueblo en la fiesta de los
Tabernáculos. Pero el esfuerzo por identificar este libro con el Pentateuco
entero no convence a quienes se oponen a la autoría mosaica.
El resto del canon
Palestino-judío
Sin
estar totalmente seguros del tema, quienes abogan por las posturas antiguas
consideran muy posible que se hayan hecho varias adiciones al repertorio sagrado
en el período que va de la canonización de la Torah mosaica, descrita más
arriba, al exilio (598 a.C.). Para ello citan, especialmente, a Isaías, 34,16;
II Paralipómenos, 29,1; Daniel, 9,2. Respecto al período que siguió al exilio
babilónico, los conservadores arguyen con más seguridad. Se trata de una era de
construcción, un parte aguas en la historia de Israel. La terminación del canon
judío, mediante la adición de los Profetas y de los Hagiographa como cuerpos de
la Ley, se atribuye a conservadores como Esdras, el sacerdote-escriba y líder
religioso de ese período, apoyado por Nehemías, el gobernador civil, o al menos
a la escuela de escribas fundada por el primero. (Cf. II Esdras, 8-10; II
Macabeos, 2, 13, en el original griego). Favorece mucho más claramente la
formulación hecha por Esdras de la Biblia Hebrea el famoso pasaje de Josefo,
“Contra Apionem”, I, 8, en el que el historiador judío, quien escribe en el año
100 d. C., deja sentada su convicción, y de sus correligionarios- probablemente
basada en la tradición-, de que las escrituras de los hebreos palestinos
formaban una colección cerrada y sagrada que data de los días del rey persa
Artajerjes Longiamanus (465-425 a.C.), un contemporáneo de Esdras. Josefo es el
más antiguo escritor que numera los libros de la Biblia Judía. Su ordenamiento
actual contiene 40; Josefo llegó artificialmente a 22, para coincidir con el
número de letras del alfabeto hebreo, a través de combinaciones tomadas
parcialmente de los Setenta. Los exegetas conservadores encontraron un argumento
confirmativo en una afirmación del apócrifo libro IV de Esdras (XIV, 18-47),
bajo cuyo legendaria cobertura ellos ven una verdad histórica. Ven otra más en
una referencia encontrada en el texto Baba Bathra del Talmud babilónico sobre la
actividad hagiográfica de los “hombres de la Gran Sinagoga”, y de Esdras y
Nehemías.
Pero
los escrituristas católicos que admiten un canon esdriano están lejos de admitir
que Esdras y sus colegas pretendían cerrar la biblioteca sagrada para impedir
cualquier futura intromisión. El Espíritu de Dios pudo, y de hecho lo hizo,
soplar en los escritos posteriores, y la presencia de los libros deutero en el
canon de la Iglesia responde a los teólogos protestantes de la generación
anterior, quienes aseguraban que Esdras fue un agente divino elegido para
determinar y sellar inviolablemente el Antiguo Testamento. Al menos en este
punto los escritores católicos difieren del cauce del testimonio de Josefo. Y
aunque existe lo que se podría llamar un consenso de los exegetas católicos del
tipo conservador acerca de la formulación esdriana o cuasi esdriana del canon en
la medida que el material existente lo permitía, no se trata de un acuerdo
total. Kaulen y Danko, postulando una compilación posterior, son las excepciones
entre los académicos mencionados.
Visiones críticas de la formación
del canon palestino.
La
Ley, los Profetas y los Hagiographa, sus tres cuerpos constitutivos, representan
un grado de crecimiento y corresponden a tres períodos más o menos extensos. Los
Hagiographa se encuentran separados de los Profetas por causas puramente
cronológicas. La única división señalada por razones intrínsecas es el elemento
legal del Antiguo Testamento, o sea, el Pentateuco.
La Torah, o Ley
Dicen los exegetas críticos que hasta el reinado de Josías y el
descubrimiento del “libro de la Ley” en el templo, hecho que hizo época (621
a.C.), no había en Israel ningún códice legal escrito, ni ninguna otra obra que
fuese reconocida universalmente como procedente de la suprema autoridad divina.
Ese “libro de la Ley” era prácticamente idéntico al Deuteronomio, y su
reconocimiento y canonización consistieron en el pacto solemne echo por Josías y
el pueblo de Judá, según se describe en el IV libro de los Reyes, 23. Quedó
demostrado por la evidencia negativa de los profetas anteriores y por la
ausencia de factores debidos a la reforma religiosa decidida por Exequias
(Hezekiah), que en Israel no se conocía previamente ninguna Torah sagrada
escrita, mientras que ésta sí constituyó el motor principal de la reforma que
realizó Josías. Finalmente, también lo demostró la sorpresa y consternación de
este último gobernante al encontrar tal obra. Este argumento, de hecho, es el
pivote del actual sistema de crítica del Pentateuco. Además, el tema va a ser
desarrollado con mayor detalle en el artículo referente al Pentateuco. Como lo
será, igualmente, la tesis que ataca la autoría mosaica y la promulgación de ese
último libro en su totalidad. La publicación de todo el código mosaico, según la
hipótesis dominante, no ocurrió sino hasta los días de Esdras, y está narrada en
los capítulos VIII-X del segundo libro que lleva ese nombre. En ese contexto,
debe mencionarse el argumento del Pentateuco samaritano para dejar establecido
que el canon esdriano no adoptó nada fuera del Hexateuco, i.e., el Pentateuco más Josué. (Vea PENTATEUCO;
SAMARITANOS.)
Los Nebiim o Profetas
No
hay forma de aclarar directamente el tiempo o modo en que se terminó la segunda
etapa del Canon Hebreo. La creación del mencionado Canon Samaritano (c. 432
a.C.) puede proporcionar un terminus a
quo. Quizás un mejor punto de referencia sea la fecha de la terminación de
la profecía cerca del fin del siglo quinto antes de Cristo. Para el otro terminus la fecha inferior es la del
prólogo del Eclesiástico (c. 123 a.C.), que habla de la “Ley” y los “Profetas y
los demás que los han seguido”. Pero compárese el mismo Eclesiástico, capítulos
46-49 para ver una fecha anterior.
Los Kéthubim, o Hagiographa,
completan el Canon Judío.
Las
opiniones de los críticos referentes a su fecha de redacción varían desde el año
165 a.C. a la mitad del siglo segundo de nuestra era (Wildeboer). Los estudiosos
católicos Jahn, Movers, Nickes, Danko, Haneberg, Aicher, sin compartir las
opiniones de los exegetas más avanzados,
consideran que los Hagiographa hebreos no quedaron definitivamente terminados
sino hasta después de Cristo. Es algo indiscutible que el carácter sagrado de
ciertas partes de la Biblia palestina (Ester, Eclesiatés, Cantar de los
Cantares) aún era puesto en duda por algunos rabíes en fecha tan tardía como el
siglo segundo de la era cristiana (Mishna, Yadaim, III,5; Talmud Babilonio,
Megilla, fol. 7). A pesar de las
diferencias de fechas, los críticos concuerdan en que la distinción entre los
Hagiographa y el Canon Profético es esencialmente cronológica. Se debe a que los
Profetas ya habían formado una colección cerrada a la que no tenían acceso Rut,
Lamentaciones y Daniel, aunque pertenecieran naturalmente a ellos y,
consecuentemente, tuvieron que aceptar un lugar en la formación más nueva, los
Kéthubim.
Los Libros Protocanónicos y el Nuevo
Testamento
La
ausencia de citas de Ester, Eclesiastés y Cántico se puede explicar
razonablemente por su poca utilidad en los objetivos del Nuevo Testamento, y se
justifica más por la ausencia de los dos libros de Esdras. Abdías, Nahum y
Sofonías, aunque no son honrados directamente, quedaron incluidos en las citas
de los otros profetas menores gracias a la unidad tradicional de esa colección.
Por otro lado, términos muy frecuentes como “la Escritura”, las “Escrituras”,
“las Sagradas Escrituras”, aplicadas en el Nuevo Testamento a otros escritos
sagrados, nos pudieran hacer pensar que éstos ya formaban una colección fija.
Pero, por su parte, la referencia en San Lucas a “la Ley, los Profetas y los
Salmos”, aunque demuestra la fijación del Torah y de los Profetas como grupos
sagrados, no nos garantiza la misma fijación para la tercera división, los
Hagiographa judeo-palestinos. Si, como parece ser la verdad, el contenido exacto
del catálogo amplio de las Escrituras del Antiguo Testamento (el que abarcaba
los libros deutero), no puede ser establecido desde el Nuevo Testamento, no
existe razón a fortiori para esperar que reflejase la extensión del canon judío,
de menor amplitud. Estamos seguros que todos los Hagiographa fueron en algún
momento, antes de la muerte del último apóstol, entregados en forma divina a la
Iglesia como escrituras sagradas. Claro que esto lo sabemos como verdad de fe,
por deducción teológica, no por la evidencia documental del Nuevo Testamento.
Este hecho tiene fuerza en contra de la postura protestante que afirma que Jesús
aprobó y transmitió en bloc la ya
previamente definida Biblia de la sinagoga Palestina.
Autores y estándares de canonicidad
entre los judíos
Aunque el Antiguo Testamento no revela noción formal alguna de
inspiración, los judíos de los tiempos posteriores deben por lo menos haber
poseído una idea semejante (cf. II Tim, 3,16; II Pe. 1,21). Se menciona el caso
en el que un doctor talmúdico que distinguía entre una composición “entregada
por la sabiduría del Espíritu Santo” y otra, presumiblemente creada por la
simple sabiduría humana. Pero en lo tocante a nuestro claro concepto de
canonicidad debemos decir que es un concepto moderno, del que ni siquiera el
Talmud tiene evidencia alguna. Con el fin de definir un libro que no tenía lugar
reconocido en la biblioteca divina, los rabíes hablaban de él como “manchas en
las manos”, un término técnico muy curioso procedente quizás del deseo de
impedir cualquier tocamiento profano del rollo sagrado. Sin embargo, a pesar de
que entre los judíos no existía la idea formal de canonicidad, sí se daba
el hecho. En cuanto a la fuente de
canonicidad entre los antiguos hebreos, nos vemos forzados a asumir una
analogía. Existen razones tanto psicológicas como históricas para rechazar la
suposición de que el canon del Antiguo Testamento nació espontáneamente de una
especie de reconocimiento público de los libros inspirados. Cierto, parece
razonable pensar que el oficio profético en Israel contaba con sus propias
credenciales, y que éstas se extendían en gran medida a sus composiciones
escritas. El problema es que existían muchos seudo profetas en el país, lo que
hacía necesario que hubiese alguna autoridad para separar los escritos
proféticos genuinos de los falsos. Del mismo modo se hacía necesario un tribunal
final que pusiese su sello sobre la variadísima y confusa literatura comprendida
en los Hagiographa. La tradición judía, según lo describen los mencionados
Josefo, Baba Bathra y los datos del seudo Esdras, indica la existencia una
autoridad que funcionaba como árbitro final de qué era escriturístico y qué no.
Se dice que el así llamado Concilio de Jamnia (c. 90 d.C.) había ya resuelto la
disputa que existía entre las escuelas rabínicas rivales en torno a la
canonicidad del Cántico. De modo que, mientras la intuición y la cada vez más
reverente conciencia del elemento de la fe de Israel podía dar- y probablemente
daba- un impulso general y una dirección a la autoridad, debemos concluir que
fue la voz de la autoridad oficial la que realmente fijó los límites del canon
hebreo, y aquí, hablando en forma muy general, los exégetas conservadores y los
avanzados encontraban un terreno común. Sea como haya sido en el caso de los
Profetas, la evidencia favorece mayoritariamente un período posterior para el
caso del cierre de los Hagiographa. Un período en el que el cuerpo de los
escribas dominaban el judaísmo, sentados sobre la “cátedra de Moisés”, y
detentaban solitariamente la autoridad y el prestigio de tal actividad. El
término “cuerpo de los escribas” ha sido utilizado en forma precautoria, bajo la
sospecha grave y, a veces, el rechazo total de los académicos contemporáneos,
para señalar la “Gran Sinagoga” de la tradición rabínica, pero este asunto cae
fuera de la jurisdicción del Sanedrín. La clave para discriminar las obras
canónicas de las no canónicas estaba influenciada por la Ley del Pentateuco.
Este fue siempre el canon par
excellence de los israelitas. Para los judíos de la Edad Media la Torah era
el santuario más íntimo, el Santo de los Santos, mientras que los Profetas eran
el Lugar Santo y los Kéthubim
constituían únicamente el patio exterior del templo bíblico, y esta concepción
medieval encontraba su fundamento en la preeminencia que los rabíes de la época
talmúdica daban a la Ley. Desde el tiempo de Esdras la Ley, en cuanto era la
parte más antigua del canon y la expresión formal de los mandatos de Dios,
recibió el mayor grado de veneración. Los cabalistas del siglo segundo después
de Cristo, y otras escuelas posteriores, veían en la otra parte del Antiguo
Testamento una mera expansión e interpretación del Pentateuco. Por ello podemos
estar seguros que la prueba mayor de canonicidad, al menos para el caso de los
Hagiographa, era su conformidad con el canon par excellence, el Pentateuco. Es algo
evidente, además, que ningún libro que no hubiese sido compuesto en hebreo, y
que no poseyese las características de antigüedad y prestigio de la edad
clásica, o algo de renombre por lo menos, no era admitido. Tales criterios son
negativos y exclusivos, más que directivos. El empuje del sentimiento religioso
y del uso litúrgico deben haber sido el factor decisivo en la decisión. Pero los
criterios negativos eran parcialmente arbitrarios y la simple intuición no puede
ser prueba definitiva de certificación divina. No fue sino mucho después que la
Voz infalible habló, y fue para declarar que el canon de la sinagoga, aunque
permanecía sin adulterar, estaba incompleto.
B. El canon entre los judíos de
Alejandria
(Los
libros deutorocanónicos)
La
diferencia más notable entre las Biblias católica y protestante es la presencia
en aquélla de ciertos escritos que faltan tanto en ésta como en la Biblia
hebrea, la cual se convirtió en el Antiguo Testamento del protestantismo. Dichos
escritos son siete: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, I y II de
Macabeos y tres documentos añadidos a los libros protocanónicos. Éstos son: el
suplemento de Ester, del versículo 4 del capítulo 10 al final, el Cántico de los
Tres Jóvenes en Daniel, 3, y las historias de Susana y los ancianos y de Bel y
el dragón, que forman los capítulos finales de la versión católica de dicho
libro. De esas obras, Tobías y Judit fueron escritos originalmente en arameo,
quizás en hebreo; Baruc y Macabeos I, en hebreo; Sabiduría y Macabeos II fueron
definitivamente compuestos en griego. Las probabilidades favorecen al hebreo
como lengua original de la adición de Ester, y al griego como lengua del añadido
de Daniel.
El
viejo Antiguo Testamento griego conocido como los Setenta fue el vehículo que
llevó esas escrituras adicionales a la Iglesia Católica. La versión de los
Setenta era la Biblia de los judíos de habla griega, o helenistas, cuyo centro
literario e intelectual se encontraba en Alejandría (vea SETENTA). De entre las
copias existentes de esa versión las más antiguas datan de los siglos IV y V de
nuestra era, lo cual nos dice que fueron elaboradas por manos cristianas. Sin
embargo, los investigadores generalmente admiten que tales copias representan
fielmente el Antiguo Testamento de acuerdo a como éste era conocido entre los
helenistas o judíos alejandrinos de la era inmediatamente anterior a Cristo. Los
venerables manuscritos de los Setenta varían un poco con respecto al canon
palestino, mostrando con ello que en el círculo de los judíos alejandrinos el
número admisible de libros extra no estaba determinado puntualmente por la
tradición o la autoridad. Si bien los Macabeos están ausentes en el Codex
Vaticanus (la copia más antigua del Antiguo Testamento griego), todos los
manuscritos enteros contienen todos los escritos deutero. Donde los manuscritos
de los Setenta muestran diferencias entre si, con la excepción ya mencionada, es
en ciertos excesos que van más allá de los libros deutero. No deja de ser significativo que en todas las
Biblias alejandrinas el orden hebreo tradicional es roto por la inserción de la
literatura adicional entre los otros libros, en forma ilegal, con lo que
aseguran a los escritos extra una importante igualdad de rango y privilegio.
Conviene preguntarse acerca de los motivos que llevaron a los judíos helenistas
a canonizar, virtualmenet al menos, esta considerable cantidad de literatura.
Alguna de ella es muy reciente y se separa muy radicalmente del canon palestino.
Algunos opinan que no fueron los alejandrinos sino los palestinos quienes se
separaron de la tradición bíblica. Los escritores católicos Nickes, Movers,
Danko y, más recientemente, Kaulen y Mullen, han defendido la posición de que
originalmente el canon judío contenía todos los libros deuterocanónicos y que
así se mantuvo hasta el tiempo de los apóstoles (Kaulen, c. 100 d.C.) cuando, a
consecuencia de que los Setenta habían llegado a ser el Antiguo Testamento de la
Iglesia, fue prohibido por los escribas de Jerusalén, movidos por su hostilidad
a la generosidad helenista (según Kaulen, especialmente) y por la redacción
griega de nuestros libros deuterocanónicos. Esos exégetas dan mucho realce a la
afirmación de San Justino Mártir acerca de que los judíos habían mutilado la
Sagrada Escritura. Tal afirmación no descansa sobre evidencia positiva. Aducen
que ciertos libros deutero siempre han sido citados por doctores palestinos y
babilonios con veneración e incluso como si fueran parte de las Escrituras. Pero
las aseveraciones particulares de algunos rabíes no pueden pesar más que la
constante tradición hebrea del canon, atestiguada por Josefo- aunque él se
inclinaba al helenismo, y por el autor judeo-alejandrino del IV libro de Esdras.
Nos vemos forzados a admitir que los líderes del judaísmo alejandrino mostraron
una clara independencia de la tradición y autoridad de Jerusalén al permitir la
ruptura de los límites sagrados del canon, fijado ya por los Profetas, al
insertar un libro de Daniel ampliado y la epístola de Baruc. Si se asume que los
límites de los Hagiographa palestinos permanecieron sin definir hasta una fecha
relativamente tardía, entonces hubo mucho menos innovación al adicionar los
otros libros, pero la eliminación de las líneas de la triple división revela que
los helenistas estaban preparados para ampliar el canon hebreo o para crear
ellos uno nuevo.
Estas innovaciones pueden explicarse humanamente a causa del
espíritu libre de los judíos helenistas. Bajo la influencia del pensamiento
griego ellos habían concebido una visión mucho más amplia de la inspiración
divina que sus hermanos palestinos y se rehusaban a restringir las
manifestaciones literarias del Espíritu Santo a un límite de tiempo y a la forma
hebrea de lenguaje. El libro de la Sabiduría, decididamente helenista en su
carácter, nos presenta una Sabiduría divina que fluye de generación en
generación santificando a las almas y a los profetas. (7,27, en su versión
griega). Filón, un pensador típicamente judeo-alejandrino, tiene incluso una
noción exagerada de la difusión de la inspiración (Quis rerum divinarum hæres,
52; ed. Lips., III, 57; De migratione Abrahæ, 11,299; ed. Lips. II, 334). Pero
aún Filón, aunque denota cierta familiaridad con la literatura deutero, nunca la
cita en sus voluminosos escritos. Cierto que son varios los libros del canon
hebreo que él no utiliza, pero se puede suponer naturalmente que si él hubiese
considerado las obras adicionales como si estuvieran en el mismo plano que las
otras, no hubiera dejado de citar una obra tan estimulante y agradable como es
el libro de la Sabiduría. No sólo eso, sino que, como lo han hecho notar varias
autoridades en la materia, el espíritu independiente de los helenistas no podía
haber llegado tan lejos como a establecer un canon oficial distinto del de Jerusalén sin
haber dejado huella de ello en la historia. Así que, de los datos con los que
contamos, podemos concluir en justicia que aunque los deuterocanónicos fueron
admitidos como libros sagrados por los judíos alejandrinos, siempre tuvieron un
grado inferior de santidad y autoridad que los que habían sido aceptados desde
antes, i.e., los Hagiographa y los profetas palestinos, que era inferiores, a su
vez, que la Ley.
II. El canon del Antiguo Testamento
en la Iglesia Católica
La
definición más explícita del canon católico es la que dio el Concilio de Trento,
en su sesión IV, en 1546. Su catálogo del Antiguo Testamento es como
sigue:
Los
cinco libros de Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio),
Josué, Jueces, Rut, los cuatro libros de los Reyes, dos de los Paralipómenos,
Esdras I y II (que después se llamó Nehemías), Tobías, Judit, Ester, Job, el
salterio de David (que tiene 150 salmos), Proverbios, Esclesiatés, El Cantar de
los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico, Isaías, Jeremías, con Baruc, Ezequiel,
Daniel, los doce profetas menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas,
Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías), dos libros de los
Macabeos, el I y el II.
El
orden de los libros sigue el del Concilio de Florencia, de 1442, y el plan
general de los Setenta. La divergencia de los títulos respecto a los que se
encuentran en las versiones protestantes se debe al hecho que la Vulgata Latina
oficial retuvo las formas de los Setenta.
A. El canon Antiguo Testamento
(Incluyendo los Deuteros) en el Nuevo Testamento
Los
decretos tridentinos de los que se obtuvo la lista mencionada arriba
constituyeron el primer pronunciamiento
infalible y efectivo que se promulgó del canon dirigido a la Iglesia universal.
Siendo de carácter dogmático, implica que los apóstoles transmitieron el mismo
canon a la Iglesia como parte del depositum fidei. Pero ello no se llevó a
cabo a base de tomar una decisión formal. Será en vano que se busque señal de
tal acción en las páginas del Nuevo Testamento. El canon amplio del Antiguo
Testamento pasó tácitamente a través de las manos de los apóstoles hacia la
Iglesia a partir de su uso y de la actitud general de los fieles respecto a sus
componentes. Fue una actitud que se revela en el Nuevo Testamento, en el caso de
la mayor parte de los escritos sagrados del Antiguo Testamento, y en el caso del
resto, se debe haber manifestado en expresiones orales o en la aprobación tácita
de la reverencia especial de los fieles. Si se reflexiona a partir del estado en
el que encontramos los libros deutero en las etapas más tempranas del
cristianismo post-apostólico, se puede afirmar correctamente que tal estado de
cosas sugiere la aprobación apostólica que, a su vez, debe haber descansado
sobre la revelación, ya sea la de Cristo, ya la del Espíritu Santo. A causa de
la complejidad e inadecuación de los datos proporcionados por el Nuevo
Testamento, debemos recurrir a este argumento prescriptivo legítimo por lo menos
en relación con los deuterocanónicos. Todos los libros del Antiguo Testamento
hebreo están citados en el Nuevo, excepto aquellos que han sido apropiadamente
llamados antilegomena del Antiguo
Testamento, a saber: Ester, Eclesiastés y Cantar. Más aún, Esdras y Nehemías
tampoco se utilizan. La conocida ausencia de cualquier cita explícita de los
escritos deuterocanónicos no prueba, por tanto, que deban ser vistos como
inferiores a las obras arriba mencionadas para los personajes y autores del
Nuevo Testamento. La literatura deuterocanónica generalmente no se adaptaba a
sus objetivos. Se debe recordar, incluso, que ni siquiera en su lugar de origen,
Alejandría, era dicha literatura muy citada por los autores judíos, como ya se
vio en el caso de Filón. El argumento negativo que se obtiene de la carencia de
citas de los deutero en el Nuevo Testamento se minimiza por el uso indirecto que
sí hace de ellos el mismo testamento. Este uso toma forma de alusiones y
reminiscencias y muestra de forma clara que los apóstoles y evangelistas estaban
familiarizados con el incremento alejandrino, consideraban sus obras como
fuentes merecedoras al menos de respeto y escribieron bajo cierta influencia de
ellos. Si se compara el capítulo 11 de la carta a los Hebreos con los capítulos
6 y 7 del II Libro de Macabeos, se manifiesta una inconfundible referencia a
éste último al hablar el primero de los mártires glorificados. Hay mucha
afinidad de pensamiento, e incluso de formas de lenguaje, entre I Pe. 1, 6-7 y
Sab. 3,5-6; Heb. 1,3 y Sab.7,26-27; I Cor. 10,9-10 y Jud. 8, 24-25; I Cor. 6,13
y Ecco. 36,20. Sin embargo, la fuerza del uso directo e indirecto del Antiguo
Testamento en el Nuevo se ve ligeramente disminuida por la desconcertante verdad
que al menos uno de los autores del Nuevo Testamento explícitamente cita el
“Libro de Enoch”, reconocido desde tiempo atrás como apócrifo. Vea el versículo
14. Y en el versículo 9 cita de otra narración apócrifa, la “Asunción de
Moisés”. Las menciones que hace el Nuevo Testamento del Antiguo se caracterizan
por cierta libertad y elasticidad en la forma y en la fuente, lo que tiende a
disminuir aún más su poder probatorio respecto a su canonicidad. Pero por lo
menos en lo que concierne a la gran mayoría de los Hagiographa palestinos- y a
fortiori, el Pentateuco y los Profetas-, cualquier falta de conclusividad
existente en el Nuevo Testamento queda superada por la abundancia de sustento
sobre su estatura canónica que existe en las fuentes judías, para citar sólo
unas. Estas comienzan con el Mishnah, pasando por Josefo y Filón, y llegando a
la traducción de dichos libros por los griegos helenistas. En cuanto a la
literatura deuterocanónica, solamente el último testimonio sirve como
confirmación judía. Hay signos, empero, que la versión griega no era vista por
sus lectores como una Biblia concluida, de sacralidad definida en todas sus
partes, sino como algo que en sus variables contenidos perdía brillantez
gradualmente a los ojos de los helenistas y pasaban desde la Ley, eminentemente
sagrada, hasta obras de cuestionable divinidad, como el III Libro de los
Macabeos. Este factor debe ser sopesado al considerar cierto argumento. Un gran
número de autoridades católicas percibe una canonización de los deuterocanónicos
en una supuesta aprobación masiva, por parte de los Apóstoles, del Antiguo
Testamento griego, de mayor extensión evidentemente. No le falta fuerza al
argumento. El Nuevo Testamento muestra cierta preferencia por los Setenta: de
los 350 textos sacados del Antiguo Testamento, 300 prefieren el lenguaje de la
versión griega al de la hebrea. Con todo, hay consideraciones que nos invitan a
dudar antes de admitir la adopción apostólica de los Setenta en bloc. Como ya se señaló arriba, hay
razones para creer que no se trataba de una cantidad fija en ese tiempo. Los
manuscritos más antiguos y representativos que existen no son totalmente
idénticos en los libros que contienen. Más aún, debe recordarse que al inicio de
nuestra era, y durante un tiempo posterior, era muy raro encontrar en forma
manuscrita colecciones tan voluminosas como los Setenta. Esta versión debe
haberse encontrado más comúnmente en libros separados o grupos de libros, lo
cual favorecía una cierta variación en la brújula. De modo que ni unos Setenta
fluctuantes, ni un Nuevo Testamento poco explícito nos pueden dar la exacta
extensión de la Biblia pre-cristiana que fue transmitida por los apóstoles a la
Iglesia Primitiva. Es más sostenible concluir que hubo un proceso selectivo bajo
la guía del Espíritu Santo, y que tal proceso fue terminado en una fecha tan
tardía de la edad apostólica que el Nuevo Testamento no puede reflejar su fruto
maduro respecto al número o a la santidad de los libros admitidos de fuera de
Palestina. Para poder entender históricamente el canon apostólico de Antiguo
Testamento debemos interrogar a otros libros posteriores aunque menos sagrados,
que expresan más claramente la fe de las primeras épocas del
cristianismo.
B. El Canon del Antiguo Testamento
en la Iglesia de los tres primeros siglos
Los
escritos subapostólicos de Clemente, Policarpo, el autor de la Epístola de
Barnabás, de las homilías seudo-clementinas y el “Pastor” de Hermas, contienen
citas implíctas o alusiones de todos los deutero, excepto Baruch (que
antiguamente se encontraba con frecuencia unido a Jeremías), el I Libro de los
Macabeos y las adiciones a David. No se puede obtener ningún argumento en contra
a partir del carácter implícito, suelto, de esas citas ya que los Padres
Apostólicos citan las escrituras deuterocanóncas exactamente de la misma manera.
Bajando a la siguiente época, la de los apologetas, encontramos a
Baruc citado como profeta por Atenágoras. San Justino Mártir fue el primero en
darse cuenta que la Iglesia poseía una versión de las escrituras del Antiguo
Testamento que diferían de las de los judíos. Fue también el primero en insinuar
el principio, que luego fue promulgado por escritores posteriores, de la
autosuficiencia de la Iglesia para establecer el canon; su independencia de la
sinagoga respecto a ese asunto. La plena comprensión de esta verdad tomó tiempo
en madurar, por lo menos en Oriente, donde no faltan indicaciones de que por
largo tiempo en algunos frentes no se pudo evitar la influencia de la tradición
judeo-palestina. San Melitón, obispo de Sardes, fue quien primero hizo la lista
de los libros canónicos del Antiguo Testamento. Dice él que en esa tarea, aunque
mantuvo el orden familiar de los Setenta, verificó su catálogo a base de
interrogar a los judíos. Para ese tiempo, los judíos habían ya descartado en
casi todas partes los libros alejandrinos, así que el canon de Melitón consiste
exclusivamente de los protocanónicos minus Ester. Debe subrayarse, sin
embargo, que el documento al que se le antepuso ese catálogo se pudo haber
interpretado como orientado a la polémica antijudía, en cuyo caso se entendería
bajo otra luz lo del canon restringido. San Ireneo, testigo de primera categoría
dado su amplio conocimiento de la tradición eclesiástica, afirma que Baruc fue
juzgado con el mismo criterio que Jeremías, y que las narraciones de Susana y de
Bel y el dragón se le atribuyeron a Daniel. La tradición alejandrina queda
representada por el enorme peso de Orígenes. Éste, influenciado sin duda por el
uso de los judíos alejandrinos de aceptar en la práctica los escritos extra
mientras sostenían en teoría el canon menor de Palestina, tiene un catálogo de
las escrituras del Antiguo Testamento que únicamente contiene los libros
protocanónicos, aunque sigue el orden de los Setenta. Con todo, Orígenes utiliza
todos los libros deutero como Sagrada Escritura, y en su carta a Julio Africano
defiende el carácter sagrado de Tobías, Judith y los fragmentos de Daniel.
Afirma implícitamente, además, la autonomía de la Iglesia para determinar el
canon (vea las referencias en Cornely). En su edición Hexapla del Antiguo
Testamento encuentran lugar todos los libros deutero. El manuscrito bíblico
conocido como “Codex Claromontanus”, del siglo VI, contiene un catálogo al que
ambos, Harnack y Zahn, le atribuyen un origen alejandrino, casi contemporáneo de
Orígenes. Ese documento por lo menos data del período que estamos examinando y
comprende todos los libros deutero, incluyendo el IV de los Macabeos. San
Hipólito (m. 236) puede bien ser considerado el representante de la tradición
romana primitiva. Él comenta sobre el capítulo de Susana, cita frecuentemente la
Sabiduría considerándola obra de Salomón y utiliza a Baruc y a los Macabeos como
Sagrada Escritura. En la Iglesia del África occidental existen dos testigos
fuertes del canon mayor: Tertuliano y San Cipriano. Las obras de estos padres
manejan bíblicamente a todos los deutero excepto a Tobías, Judit y la adición a
Ester. (En relación al empleo de escritos apócrifos en ese tiempo vea
APOCRIFOS).
C. El canon del Antiguo Testamento
durante el siglo cuarto y la primera mitad del quinto
En
ese período no está tan segura la posición de la literatura deuterocanónica como
en la época primitiva. Las dudas que se presentaron pueden ser atribuidas
mayormente a la reacción en contra de los apócrifos o de los escritos
seudo-bíblicos con los que habían inundado el Oriente los herejes y otros
escritores. Por otro lado, la situación se hizo posible debido precisamente a la
falta de una definición apostólica o eclesiástica del canon. El trabajo de
definir en forma inalterable las fuentes sagradas, como es el caso de todas las
doctrinas católicas, se le dejó a la economía divina, para que lo llevara a cabo
gradualmente bajo el estímulo de preguntas y oposición. Con sus escrituras
flexibles, Alejandría había sido desde el principio un campo fecundo para la
literatura apócrifa, y San Atanasio, el vigilante pastor de ese rebaño,
queriendo proteger a éste de influencias perniciosas, elaboró un catálogo de
libros señalando en él los valores que se le habían de dar a cada uno. Primero,
el canon estricto y fuente autorizada de verdad es el Antiguo Testamento judío,
excluido el libro de Ester. Hay, además, ciertos libros a los que los Padres
señalaron como fuente de edificación e instrucción para los catecúmenos. Ellos
son: la Sabiduría de Salomón, la Sabiduría de Sirac (Eclesiástico), Ester,
Judit, Tobías, el Didaché o Doctrina de los Apóstoles y el Pastor de Hermas.
Todos los demás son apócrifos e invenciones de los herejes (Epístola Festal,
para 367). Siguiendo el precedente de Orígenes y de la tradición alejandrina, el
santo doctor no reconoció más canon formal del Antiguo Testamento que el hebreo.
Empero, fiel a la misma tradición, en la práctica admitió para los libros
deuterocanónicos una dignidad escriturística, como puede verse en la forma como
los utiliza. En Jerusalén se daba entonces un renacimiento, o quizás una
sobrevivencia, de las ideas judías, cuya tendencia era claramente desfavorable
para los deuterocanónicos. Desde la misma sede episcopal, San Cirilo, quien
defiende el derecho de la Iglesia de fijar el canon, ubica estos últimos entre
los apócrifos, y prohíbe igualmente la lectura privada de cualquier libro que no
sea leído en el templo. La actitud era un poco más favorable en Antioquia y
Siria. San Epifanio no muestra duda alguna acerca del rango de los deutero: los
estima, pero a sus ojos no ocupan el mismo nivel que los libros hebreos. El
historiador Eusebio atestigua la amplitud con la que se habían extendido las
dudas en su tiempo. Él clasifica los deuterocanónicos entre los antilegomena, o libros en disputa, y a
la par de Atanasio los coloca en una categoría intermedia entre los libros
aceptados por todos y los apócrifos. El canon número 59 (ó 60) del concilio
provincial de Laodicea (cuya autenticidad es a veces objeto de debate) propone
un catálogo de la Escrituras que es totalmente acorde con las ideas de San
Cirilo de Jerusalén. Por otro lado, las versiones orientales y los manuscritos
griegos de ese período son más liberales. Los que aún existen contienen todos
los deuterocanónicos y, en algunos casos, a ciertos apócrifos. La influencia del
canon estrecho de Orígenes y de Atanasio
se extendió naturalmente al Occidente. San Hilario de Poitiers y Rufino
siguieron sus huellas al excluir teóricamente del rango canónico a los deuteros,
aunque los admitiesen en la práctica. El último de ellos los llama “libros
eclesiásticos”, aunque de menor autoridad que el resto de las Escrituras. San
Jerónimo echó su considerable peso hacia el lado desfavorable a los libros
discutidos. Al evaluar su actitud debemos recordar que Jerónimo vivió por mucho
tempo en Palestina, en un ambiente en el que todo lo que no fuera parte del
canon hebreo era automáticamente objeto de suspicacia y que, además, sentía él
una reverencia exagerada hacia el texto hebreo, la “hebraica veritas”, como la llamaba
él. En su famoso “Prologus Galeatus”, o
prefacio de su traducción de Samuel y de Reyes, él declara que todo lo que no
sea hebreo debe ser clasificado entre los apócrifos. Explícitamente afirma que
Sabiduría, Eclesiástico, Tobías y Judit no pertenecen al canon. Añade que esos
libros se leen en los templos para la edificación de los fieles pero no para
confirmar la doctrina revelada. Si se analizan cuidadosamente las expresiones de
Jerónimo, en sus cartas y prefacios, acerca de los deutero, podemos ver los
siguientes resultados: primero, duda seriamente de su inspiración divina;
segundo, el hecho de que ocasionalmente los cite y que haya traducido algunos de
ellos como concesión a la tradición
eclesiástica, es un testimonio involuntario de su parte al elevado
reconocimiento que gozaban en la Iglesia en general, y a la fuerza de la
tradición práctica que prescribía su uso en el culto público. Obviamente, el
rango inferior al que autoridades como Orígens, Atanasio y Jerónimo los
relegaban se debían a una concepción muy rígida de canonicidad, que exigía que
un libro, para ser elevado a esa dignidad suprema, debería ser reconocido por
todos, tener la sanción de la antigüedad judía y ser apto no sólo para edificar
sino para “confirmar la doctrina de la Iglesia”, para utilizar una frase de
Jerónimo.
Pero
mientras eminentes estudiosos y teoréticos continuaban despreciando los escritos
adicionales, la actitud oficial de la Iglesia Latina, siempre a favor de ellos,
conservó el tenor majestuoso de su posición. Dos documentos de importancia
capital en la historia del canon constituyen el primer pronunciamiento de
autoridad papal al respecto. El primero es el así llamado “Decretales de
Gelasio”, De recipiendis et non
recipiendis libris, cuya parte esencial se atribuye hoy día al sínodo
convocado por el Papa Dámaso en el año 382. El otro es el canon de Inocencio I,
enviado en 405 a un obispo gálico como respuesta a una solicitud de información.
Ambos documentos contienen a todos los deuterocanónicos, sin distinción alguna,
y son idénticos al catálogo de Trento. La Iglesia africana, que siempre fue
entusiasta defensora de los libros disputados, se encontró en completo acuerdo
con Roma en lo tocante a esa cuestión. Su versión antigua, Vetus latina (o, menos correctamente, la
Itala), había admitido todas las
escrituras del Antiguo Testamento. San Agustín parece reconocer teóricamente
varios grados de inspiración, pero en la práctica emplea los protos y los
deuteros sin discriminación alguna. En su “De doctrina Christiana” él enumera
los componentes del Antiguo Testamento completo. El sínodo de Hipona (393) y los
tres de Cartago (393,397 y 419), en los cuales Agustín indiscutiblemente fue el
espíritu lider, hallaron necesario tratar explícitamente del problema del canon,
y elaboraron listas idénticas, sin excluir libro sagrado alguno. Dichos
concilios basaron sus cánones en la tradición y el uso litúrgico. Se encuentra
valioso testimonio acerca de la cuestión en la Iglesia española en la obra del
hereje Prisciliano, “Liber de fide et apocryphis”. Esta obra supone una línea
divisoria bien definida entre los trabajos canónicos y los no canónicos, y que
el canon acepta a todos los deuteros.
D. El canon del Antiguo Testamento
desde la mitad del siglo quinto al fin del siglo séptimo
Esta
época deja ver un curioso intercambio de opiniones entre el Este y el Oeste, al
tiempo que el uso eclesiástico no sufría modificaciones, al menos en la Iglesia
Latina. Durante esta edad intermedia se divulgó mucho en Occidente el uso de la
nueva versión del Antiguo Testamento de San Jerónimo (la Vulgata). Junto con el
texto se incluían los prefacios de Jerónimo en los que criticaba los deutero, y
bajo la influencia de su autoridad esa parte del mundo comenzó a desconfiar de
ellos y a mostrar los primeros síntomas de una corriente hostil a su
canonicidad. Por otro lado, la Iglesia Oriental importó una autoridad occidental
que había canonizado los libros disputados, a saber, el decreto de Cartago, y
desde entonces se inició una tendencia cada vez mayor entre los griegos de
colocar los deuteros en el mismo nivel que los demás. Esta tendencia, sin
embargo, se debió más al olvido de la antigua distinción que a una concesión hacia el concilio de
Cartago.
E. El canon del Antiguo Testamento
durante la Edad Media
La Iglesia griega.
El
resultado de esa tendencia entre los griegos fue que cerca del inicio del siglo
XII ellos poseían un canon idéntico al latino, con la única diferencia que ellos
sí aceptaron el apócrifo libro III de Macabeos. El “Syntagma Canonum” de Focio
señala que, en la era del cisma del siglo IX todos los deuterocanónicos estaban
reconocidos litúrgicamente en la Iglesia griega.
La Iglesia latina
A través de toda
la Edad Media encontramos en la Iglesia latina evidencia de dudas sobre el
carácter de los deutero. Hay una corriente amigable en su favor y otra
claramente desfavorable a su autoridad y carácter sagrado, y en medio de las dos
hay un número de escritores cuya veneración por esos libros se modera a causa de
la incertidumbre respecto a su verdadera posición. Entre ellos destacamos a
Santo Tomás de Aquino. Hay pocos que reconozcan su canonicidad en forma
inequívoca. La autoridad prevalente de los autores medievales de Occidente es
básicamente la de los Padres griegos. La causa principal de ese fenómeno debe
encontrarse en la influencia, directa e indirecta, del crítico Prologus de San
Jerónimo. La compilación “Glossa Ordinaria” era ampliamente leída y sumamente
estimada como tesoro de conocimientos sagrados en la Edad Media y encarnaba los
prefacios en los que el Doctor de Belén había escrito de los deuteros en
términos peyorativos; con ello perpetuaba y difundía su poco amistosa opinión.
Empero, tales dudas deben ser vistas como algo más o menos académico. Las
incontables copias manuscritas de la Vulgata que se produjeron en ese tiempo,
con una excepción, muy leve, quizás accidental, abarcan uniformemente el uso
eclesiástico del Antiguo Testamento y la tradición romana se mantuvo firme en
torno a la igualdad canónica de todas las partes del Antiguo Testamento. Hay
suficiente evidencia de que durante este largo período los textos deutero se
leían en los templos del cristianismo occidental. En lo tocante a la autoridad
romana, el catálogo de Inocencio I aparece en la colección de cánones
eclesiásticos enviados por el Papa Adrián I a Carlomagno en el Imperio Franco.
Nicolás I, en un escrito de 865 a los obispos de Francia, acude al mismo decreto
de Inocencio como campo en el que todos los libros sagrados han de ser
aceptados.
F. El canon del Antiguo Testamento y
los concilios generales
El Concilio de Florencia
(1442)
En
1442, durante la vida, y con la aprobación, de este concilio, Eugenio IV
escribió varias bulas, o decretos, con el objeto de traer los grupos cismáticos
orientales a la comunión con Roma. Y según la enseñanza común de los teólogos,
tales documentos constituyen doctrina infalible. El “Decretum pro Jacobitis”
contiene una lista completa de los libros que la Iglesia reconoce como
inspirados, pero omite, quizás, deliberadamente, los términos canon y canónico. El Concilio de Florencia, por
lo tanto, enseñó acerca de la inspiración de todas las escrituras pero no tocó
formalmente el punto de su canonicidad.
La definición de canon elaborada por
el Concilio de Trento (1546)
Fue la exigencia
de la controversia lo que primero llevó a Lutero a trazar una línea divisoria
entre los libros del canon hebreo y los escritos alejandrinos. En su disputa con
Eck en Leipzig, en 1519, cuando su oponente defendió que el bien conocido texto
del II libro de los Macabeos era prueba de la doctrina del purgatorio, Lutero
respondió que el pasaje no tenía autoridad puesto que ese libro estaba fuera del
canon. En la primera edición de la Biblia de Lutero, 1543, los deuteros quedaron
relegados, como apócrifos, a un lugar entre los dos testamentos. Para hacer
frente a esta ruptura radical de los protestantes, así como para definir
claramente las fuentes inspiradas de las que la Iglesia Católica toma su
postura, entre los primeros actos del concilio de Trento estuvo la solemne
declaración, “como sagrados y canónicos”, de todos los libros del Antiguo y
Nuevo Testamentos “con todas sus partes, tal como han sido utilizados para ser
leídos en los templos, y como se encuentran en la vieja edición vulgata”.
Durante las deliberaciones del concilio nunca se disputó seriamente la recepción
de la escritura tradicional. Tampoco- y esto es verdaderamente notable- hubo
duda seria alguna durante los trabajos del concilio acerca de la canonicidad de
los escritos disputados. En la mente de
los Padres tridentinos esos textos ya habían sido virtualmente canonizados por
el mismo decreto de Florencia, y los mismos padres se sentían particularmente
vinculados por la acción del sínodo ecuménico precedente. El concilio de Trento
no entró al estudio de las fluctuaciones en la historia del canon. Tampoco se
cuestionó acerca de la autoría o carácter de los contenidos. De acuerdo al genio
práctico de la Iglesia Latina, basó sus decisiones en la tradición inmemorial
que se manifestaba en los decretos de anteriores concilios y papas, y en la
lectura litúrgica, apoyándose en la enseñanza tradicional y en la costumbre para
determinar una cuestión de tradición. Ya se dio arriba el catálogo tridentino.
El Primer Concilio Vaticano
(1870)
El gran
constructor que fue el sínodo de Trento había puesto ya para siempre fuera de la
permisibilidad de la duda de los católicos la sacralidad y la canonicidad de
toda la Biblia tradicional. Por su misma implicación había definido también la
plena inspiración de esa Biblia. El Primer Concilio Vaticano aprovechó un
reciente error acerca de la inspiración para quitar cualquier sombra de
incertidumbre que pudiese haber quedado. Formalmente ratificó la acción de
Trento y explícitamente definió la inspiración divina de todos los libros y sus
partes.
III. El canon del Antiguo Testamento
fuera de la iglesia
A. Entre los ortodoxos
orientales
La
Iglesia Ortodoxa Griega preservó su antiguo canon en la práctica y en la teoría
hasta tempos recientes, en los que, bajo la influencia dominante de su
ramificación rusa, está cambiando su actitud respecto a las escrituras
deuterocanónicas. El rechazo de esos libros por los teólogos y autoridades rusas
es un desliz que comenzó temprano en el siglo XVIII. Los monofisistas,
nestorianos, jacobitas, armenios y coptos, aunque en realidad se interesan poco
por el canon, admiten el catálogo completo y además varios
apócrifos.
B. Entre los
protestantes
Las iglesias
protestantes continúan excluyendo de sus cánones los escritos deuteros,
clasificándolos de “apócrifos”. En general, los presbiterianos y calvinistas, en
especial desde el sínodo de Westminster en 1648, han sido los enemigos más
reacios de cualquier reconocimiento y, a causa de la influencia de la Sociedad
Británica y Extranjera de la Biblia, decidieron en 1826 rehusarse a distribuir
biblias que contuvieran los apócrifos. Desde ese entonces ha prácticamente
cesado en los países de habla inglesa la publicación de los deutero como
apéndices de las biblias protestantes. Dichos libros aún son materiales de
lectura en la liturgia de la Iglesia de Inglaterra, pero su número ha disminuido
a causa de la hostilidad. Existe un apéndice de apócrifos en la versión
británica revisada, en volumen separado. Los deuteros aún forman parte de
apéndices en las biblias alemanas que se imprimen bajo el patrocinio de los
luteranos ortodoxos.
GEORGE J.
REID
Transcrito por Ernie Stefanik
Traducido por Javier Algara
Cossío
+++
“Omnia instaurare in
Christo”
Predicación y
fidelidad de la Iglesia Católica a la revelación de Cristo:
“No podemos callar
lo que hemos visto y oído” (He 4, 20)
+++
“La Iglesia Católica, la Santa Iglesia de los pecadores. La magnifica
obra de la mano del Señor, en su misericordioso trabajo por transformar a los
pecadores en santos.” (Dr. Sánchez Rojas Prof. de
Teología.)
Cuando uno va a un museo y contempla una obra maestra,
admira la obra pero más admira al autor. Amo a la Iglesia como la obra magnifica
que es, pero más amo al Artista… Dios mismo. Glorifiquemos al Señor con nuestras
vidas.
+++
El valor de una sociedad se define por el de sus
instituciones, sobre todo las educativas. Y la Iglesia desde los albores de la
edad media, instituye escuelas y universidades,
después.
+++
“La enseñanza de los niños es tal vez la forma más alta de
buscar a Dios; pero es también la más terrible en el sentido de tremenda
responsabilidad.” (Gabriela Mistral) Hoy no; hoy es una
profesión
+++
La ley
del amor divino es la regla de todos los actos humanos
"Es claro que no todos pueden dedicarse a la
ciencia con esfuerzo y por eso Cristo ha dado una ley sencilla que todos la
puedan conocer y nadie pueda excusarse por ignorancia de su cumplimiento. Esta
es la ley del amor divino: Porque
pronta y perfectamente cumplirá el Señor su palabra sobre la tierra (Rm
9, 28; Is 10, 23)
Esta ley debe ser la regla de todos los actos humanos. Del mismo
modo que sucede en las cosas artificiales, donde una cosa se dice buena y recta
cuando se adecua a la regla, de la misma manera, pues, cualquier acción del
hombre se llama recta y virtuosa cuando concuerda con la regla divina del amor,
mientras que cuando está en desacuerdo con ella no es ni recta, ni buena, ni
perfecta.
Esta ley, la del amor divino, realiza en el hombre cuatro cosas muy
deseables. En primer lugar es causa en él de la vida espiritual; es claro que ya
en el orden natural el que ama está en el amado, y del mismo modo, también el
que ama a Dios lo tiene al mismo dentro de sí: Quien permanece en el amor permanece en Dios
y Dios en él (1 Jn 4, 16) Es propio también naturalmente en el amor que,
el que ama, se transforme en el amado; así, si amamos a Dios nos hacemos
divinos: El que se une al Señor es un
espíritu con él (1 Co 6, 15) Y como afirma san Agustín: «Como el alma es
la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma.» Paralelamente el alma obrará
virtuosamente y perfectamente sólo cuando actúe por la caridad, mediante la cual
Dios habita en ella; en cambio, sin caridad, no podrá actuar: El que no ama permanece en la muerte.
(1 Jn 3, 14) Si alguien tuviera todos los dones del Espíritu Santo, pero
sin la caridad, no tiene la vida. Sea el don de lenguas, sea la gracia de la fe,
o cualquier otro, como el don de profecía, si no hay caridad, no dan la vida. (1
Co 3) Aunque al cuerpo muerto se lo revista de oro y piedras preciosas, no
obstante siempre estará muerto. En segundo lugar, es causa del cumplimiento de
los mandamientos divinos. Dice san Gregorio que la caridad no es ociosa: si se
da, actuará cosas grandes; pero si no se actúa es que no hay allí caridad.
Comprobamos cómo el que ama es capaz de hacer cosas grandes y difíciles por el
amado, por ello dice el señor: El que
me ama guardará mi palabra. (Jn 4, 23) El que guarda el mandamiento y ley
del amor divino, cumple toda la ley.
Lo que hace la caridad en tercer lugar es ser una
defensa en la adversidad. Al que posee la caridad ninguna cosa adversa lo
dañará, es más, se convertirá en utilidad: A los que aman a Dios todo les sirve para el
bien (Rm 8, 28); aún más, incluso al que ama le parecen suaves las cosas
adversas y difíciles, como entre nosotros mismos vemos tan manifiestamente. En
cuarto lugar la caridad lleva a la felicidad; únicamente a los que tienen
caridad se les promete efectivamente la bienaventuranza. Todas las demás cosas,
si no van acompañadas de la caridad, son insuficientes. Además es de saber que
la diferencia de bienaventuranza se deberá únicamente a la diferencia le caridad
y no en comparación con otras virtudes."
De los Opúsculos
teológicos de santo Tomás de
Aquino, presbítero (In duo praecenta... Ed. J.P. Torrel, en Revue des Sc.
Phil. et Théol. 69 [1985] pp. 26-29)
Oración:
¡Oh Padre!, que en la encarnación de tu Hijo nos has abierto los
tesoros de tu corazón, haz que nuestra vida sea un canto de alabanza a Ti,
permaneciendo siempre en tu amor y en el ejercicio de la caridad hacia los
hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que es Dios y vive y reina
contigo en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos.
Amén.
+++
Catecismo de la Iglesia Católica 101-105, 108
“En fin, la semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el
mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta.” (Mt
13,23)
En la condescendencia de su bondad,
Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas. “La palabra
de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano,
como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se
hizo semejante a los hombres.” (DV 13)
A través de todas las palabras
de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él
se dice en plenitud. (cf Hb 1,1-3) Por esta razón la Iglesia ha venerado siempre
las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de
presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra
de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf DV 32).
En la Sagrada Escritura,
la Iglesia encuentra sin cesarse alimento y su fuerza (cf DV 24), porque, en
ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la
Palabra de Dios (cf 1Ts 2,13). “En los libros sagrados, el Padre que está en el
cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos.” (DV
21).
Dios es el autor de la Sagrada Escritura. “Las verdades reveladas
por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron
por inspiración del Espíritu Santo.... Sin embargo, la fe cristiana no es una
“religión del Libro”. El cristianismo es la religión de la “Palabra” de Dios,
“no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo” (S. Bernardo,
hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso
que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el
espíritu a la inteligencia de las mismas. (cf Lc 24,45).
+++
"Obras todas del Señor, bendecid al
Señor".
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“Alegraos en el
Señor siempre; lo repito: alegraos. Que vuestra bondad sea notoria a todos los
hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna, sino más bien en
toda oración y plegaria presentad al Señor vuestras necesidades con acción de
gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, guardará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos,
considerad lo que hay de verdadero, de noble, de buena fama, de virtuoso, de
laudable; practicad lo que habéis aprendido y recibido, lo que habéis oído y
visto en mí, y el Dios de la paz estará con vosotros.” San Pablo en su carta a
los Filipenses 4, 4-9vs.
+++
¡Que tu conducta nunca dé motivos
de injustificada inquietud a la creación, de la que tú eres el
rey!
+++
Dijo Dios: «Produzca la tierra animales
vivientes según su especie: ganados, reptiles y bestias salvajes según su
especie». Y así fue. Dios hizo las bestias de la tierra, los ganados y los
reptiles campestres, cada uno según su especie. Vio Dios que esto estaba bien.
Gen. 1, 24-25
+++
“Desde ahora me llamarán dichosa
todas las generaciones” Biblia. Evangelio según San Lucas Cap.1º vs. 48. La
Iglesia, hace XXI siglos fundada por Tu Hijo, te alaba, ¡Oh Madre plena de dicha
y felicidad!
Gracias por venir a visitarnos
VERITAS OMNIA VINCIT
LAUS TIBI CHRISTI.
Debido a la existencia de páginas
excelentes sobre apologética y formación,
lo que se pretende desde aquí es contribuir muy modestamente y sumarse a
los que ya se interesan por el Evangelio de Cristo de manera mucho más
eficaz.
"Diccionario
enciclopédico de las sectas", en su última edición (4ª) de
2005.
El autor es el sacerdote, D.
Manuel Guerra Gómez. y la editorial la BAC - Es un grueso libro con más de
mil páginas, (1104 pgs.). - Sinópsis. - ¿Qué es una secta? Uno de los méritos de
esta obra consiste en haber formulado su definición tras exprimir las notas
definitorias o comunes a las casi 1.500 (la mayoría implantadas en España e
Iberoamérica) descritas en este diccionario y presumiblemente a todas las demás.
El autor usa «secta» en su acepción técnica, no en la vulgar, que está cargada
de connotaciones tan peyorativas que tiende a identificar acríticamente «secta»
y «secta destructiva», a pesar de que estas últimas, es decir, las que
«destruyen» a las personas o «dañan» gravemente su personalidad, no llegan al
parecer al 10% del total. En esta obra aparecen dispuestas alfabéticamente las
sectas religiosas, mágicas e ideológicas, las biografías de sus fundadores, así
como, en y desde las sectas mismas, las realidades y cuestiones más importantes
de teología dogmática, morales, sociopolíticas, psicológicas,
filosófico-vitales, y otros temas complementarios. Trata también de averiguar
las causas de la existencia y proliferación de las sectas y de señalar sus
remedios. Ayuda a descifrar las claves de las corrientes, generalmente
subterráneas, del pensamiento, acciones y movimientos
contemporáneos.
MANUEL GUERRA GÓMEZ, catedrático
en la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, es Doctor en
Filología Clásica y en Teología Patrística. Es conocedor de sánscrito, lengua de
los libros religiosos del hinduismo, budismo y jinismo, que tanto han influido
en las sectas, sobre todo en las de impronta oriental. Asimismo, es miembro de
la International Association of Patristic Studies, de la Sociedad Española de
Ciencias de la Religión y de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Ha
publicado infinidad de artículos sobre temas filológico-teológicos y de
historiografía religiosa, y 18 libros, entre los que cabe destacar por su
cercanía con el tema de esta obra: "Los nuevos movimientos religiosos (Las
sectas). Rasgos comunes y diferenciales" (Pamplona 1996) e "Historia de las
religiones" (Madrid 1999).
Las sectas y su invasión del mundo hispánico:
una guía (2003) también por Manuel
Guerra Gómez, editada por Eunsa. - Sinopsis. -
Para visitar con provecho a una ciudad desconocida, aconsejan el uso de una Guía
con su plano, la descripción de sus monumentos, etc. Esta obra pretende prestar un
servicio similar con respecto a las sectas implantadas en el mundo hispano. Para
no correr el riesgo de extraviarse entre las más de 20.000 sectas
inventariadas hasta el momento, para poder recorrer sus nombres que cambian
con frecuencia y para ni acumular más inseguridad e inquietud, se presenta esta
Guía en el mercado. El autor trata de reflejar la realidad de cada secta con la
mayor objetividad posible y de perfilar sus señales de identidad de acuerdo con
los datos -no siempre completos- que facilitan su
identificación
Recomendamos vivamente:
1ª) LEYENDAS NEGRAS DE LA
IGLESIA. Autor Vittorio MESSORI – Editorial “PLANETA-TESTIMONIO”
10ª EDICIÓN – Óptimo libro para defenderse del cúmulo de opiniones arbitrarias,
deformaciones sustanciales y auténticas mentiras que gravitan sobre todo en lo
que concierne a la Iglesia.
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